También estaban esas noches en que se encapotaba el cielo y en vez de dormir en Pérez Millán había que llegarse hasta la Ruta pavimentada N° 51 y estacionar el colectivo sobre el acceso a la manga de la feria ganadera de La Violeta a la espera de ver si se largaba a llover o pasar la noche en ese lugar.
Se trataba de dormitar entre el ruido de los vehículos que transitaban por allí y si había feria entre el mugido del ganado. En verano además había que soportar los mosquitos que pululaban.
Si no había llovido regresaba a la madrugada a Pérez Millán para retomar el recorrido y hacer las cuatro pasadas diarias. Así sabían pasar 4 ó 5 días sin que el tiempo se decidiese a llover o a limpiar.
Demás está decir que una noche en esas condiciones se pasaba pero cuando eran varias el cansancio se sentía, más en verano y en el horario de la siesta que como viajaban pocos pasajeros y no había paradas se debía reducir la velocidad para no adelantarse en el horario, o sea que a veces se manejaba con el cansancio acumulado pero el recorrido había que hacerlo igual.
ESPERANDO LA LLUVIA EN LA RUTA PAVIMENTADA DE UNA SOLA MANO
Como desde el lugar en donde se esperaba la llegada o no de la lluvia hasta poder llegar a Arrecifes había 41 km., permanentemente se debía observar el cielo pues si se venía la tormenta encima, debía uno largarse a toda velocidad tratando de llegar a la ruta 8, ya que la ruta N° 51 al ser de una sola mano, los vehículos siempre circulaban sobre el pavimento pero cuando se cruzaban con otro cada uno debía tomar su mano y de tanto subir y bajar del pavimento las lozas se resquebrajaban y hundían.
Vialidad Provincial procedía a retirarlas, hacer la nueva base de tosca, para luego cementar y formando todo un cordón de tierra en su perímetro proceder a llenarla con agua para que el cemento fraguase bien, tarea que demoraba varios días para ser librada al uso, generalmente de 15 a 20 días.
A RELLENAR LOS POZOS CON LO QUE HABIA DISPONIBLE
Muchas veces había una loza sacada por Vialidad para repararla, y al llover había que pasar de cualquier manera. Entonces los que estaban en la cola de los vehículos que se juntaban volvían a rellenar el pozo con los restos de la loza quitada o con lo que tuvieran a mano, como por ejemplo los troncos trozados que sabían transportar los camiones hacia las fábricas de maderas aglomeradas, y así poder pasar todos. Si se tenía la suerte que ya se estaba por reponer la loza extraída y se tenía a mano arena y ripio, se lo echaba directamente al pozo.
A veces todo iba bien hasta que se encontraban con otro vehículo que venía circulando por la mano contraria y existían dos opciones: si había cerca algún ensanche, que tenía de vez en cuando la ruta (que la hacía de dos manos) esperar allí. La otra era que el vehículo de menor peso se bajaba del pavimento y quedara sobre la tierra para dar paso al de mayor peso.
Este, una vez que pasaba, con una cadena o cuerda de acero procedía a unir su paragolpes trasero con el paragolpes trasero del otro vehículo que le había cedido el paso y lentamente arrastrarlo maniobrando para subirlo a la ruta y continuar circulando los dos. Toda una odisea.
“...QUE ME VAN A HABLAR DE AMOR...” (Tango, autor Virgilio Expósito)
Cuando los periodistas deportivos relatan las peripecias que debían pasar los corredores en los Gran Premio Anuales oficiando de conductor, mecánico y hasta ayudando a algún otro competidor que se quedaba en el camino era realmente así, como también lo sufrieron camioneros y colectiveros que usaron esos mismos caminos.
¿CUANTO LE COBRAN EL BOLETO?
A veces y cuando se enfermaba el conductor del colectivo le tocaba a Di Cesare salir a realizar el recorrido, y por no estar permanentemente en esa línea no sabía el valor del boleto entre las distintas secciones. Si subía un pasajero y le pedía boleto hasta supongamos 5 kilómetros más adelante le preguntaba cuanto era el valor, a lo que generalmente le respondían: y, no sé, hace mucho que no viajo.
Entonces le decía bueno, son dos pesos, a lo que el otro respondía rápidamente: Cómo dos pesos, si la semana pasaba me cobraron $ 0,60. Ahí, este reemplazante que ya sabía que no podía ser tan elevado el costo de dicho viaje, sonriendo le decía: “Ah, entonces sabía cuanto vale el boleto”.
LA COMPRA DEL CHASIS NUEVO
Esta línea la inició con un colectivo marca Chevrolet modelo 1934, luego pasó a tener un Internacional, Mod. 1937.
Colectivo Bedford perteneciente a la Empresa “La Flecha de Oro” Pergamino – Pérez Millán (1958) - Miguel A. Di Cesare manejó esta unidad desde 1962 a 1964 hasta que fue llamado para hacer el servicio militar.
Colectivo Bedford perteneciente a la Empresa “La Flecha de Oro” Pergamino – Pérez Millán (1958) - Miguel A. Di Cesare manejó esta unidad desde 1962 a 1964 hasta que fue llamado para hacer el servicio militar.
En 1957 vende unos terrenos que tenía como inversión y adquiere un chasis inglés Bedford en la agencia General Motors de Pergamino, cuya factura pro forma de fecha 22 de Agosto de ese año indica que lo pagó $ 157.420. Con el valor del dólar estadounidense a $ m/n 31 por unidad, esta le costó algo así como U$S 5.000. Para los primeros meses de 1958 y ya carrozado lo puso en reemplazo del que tenía trabajando en esta línea, pasando así de una unidad de 20 pasajeros sentados a una de 30.
LAS VISITAS AL CEMENTERIO LOS DIAS 1 Y 2 DE NOVIEMBRE DE CADA AÑO
Estos días designados como día de Todos los Santos (el 1/11) y de los Fieles Difuntos (el 2/11) eran fechas en donde todas las familias iban a los cementerios a honrar a sus muertos. Concurrían desde sus chacras con los sulkys araña y pasaban todo el día en este lugar, donde además de recordar a sus familiares visitaban las tumbas de los vecinos o amigos ya fallecidos.
Pero como pasaban todo el día, algo habían de comer y tomar para pasar estas horas de visita y de encuentros con parientes u otros conocidos que en muchos casos no se veían desde la misma fecha del año anterior.
Por eso se instalaba una cantina fuera del cementerio y cercana a la puerta de entrada al mismo, de ahí que el cantinero previendo el movimiento de esos dos días le solicitaba al conductor del ómnibus que le trajese varias barras de hielo las que envolvía en lienzos o bolsas de arpillera y les echaba sal gruesa sobre las mismas para que aguantasen más tiempo sin derretirse.
Colocaba dentro de tambores cortados por la mitad las botellas de cerveza blanca o rubia y de cerveza negra (había de los dos tipos) para los hombres, y también botellas de naranjada u otra bebida cola para las mujeres y los niños (en aquellos tiempos estaban la Crush y la Bidú). A falta de heladeras se enfriaban las bebidas de esta forma.
En los campos para tomar algo fresco bajaban las botellas de vidrio con las bebidas dentro del balde de chapa atado con una soga al pozo de agua donde se extraía la misma para el consumo humano. Era la única “heladera” que contaba la mayoría. Tener una heladera que funcionara con el sistema a kerosene como las estufas a gota era todo un adelanto, ya que la energía eléctrica no llegaba a los pueblos y menos a los campos.
Para refrescar las bebidas a consumir cuando se hacía un baile de campo o había un casamiento en alguna de las localidades que pasaba el colectivo, vuelta a encargar las barras de hielo.
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